Me confieso serie adicta. Todas las series que caen en mis manos las devoro y muy pocas me han decepcionado o las he dejado por imposible (o por aburrimiento) más allá de los primeros capítulos. En verano mi «serieadicción» tiende a crecer. Bien sea porque durante el verano el plantel de series es realmente suculento o porque a lo largo del año he ido postergando el visionado de algunas. Una de las series que conforman la oferta veraniega es True Blood la cual sigo desde 2008. Emitida por el canal HBO en Estados Unidos (creo que en España la emitía o emite Cuatro en abierto pero hace tiempo que decidí no ver series en TV, sobre todo series extrajeras por el maltrato de horarios a las que son sometidas y el cual, puesta a dar mi opinión me parece una vergüenza) canal que también ha lanzado series de gran calidad como Los Sopranos o Juego de Tronos. Esta serie apuntaba la misma calidad desde el segundo cero de su emisión, ya que su creador, Allan Ball es el mismo que de la laureada A dos metros bajo tierra también de HBO. Ya va por la quinta temporada y amén de algunas irregularidades respecto a la serie de libros que la inspiran (Vampiros sureños de Chalaine Harris) y alguna que otra temporada más floja que otras todos los veranos continuo siendo una incondicional. Esta quinta temporada me he llevado una gran sorpresa. Quizás para la mayoría de espectadores y espectadoras sea algo irrelevante o más bien una genialidad del guión. Para mí, que me encanta trastear e investigar sobre los estereotipos de género en los medios culturales ha sido la traca veraniega. La gran sorpresa ha sido que entre los nuevos personajes han introducido a la Salomé bíblica interpretada por la actriz italiana Valentina Cervi y reconvertida en una vampira milenaria. Perdonad la vulgaridad, pero al verlo, solo se me vino a la cabeza el gran dicho popular «¿No querías caldo? Pues toma dos tazas».
Dos tazas porque al personaje de Salomé, que desde la Edad Media viene siendo un símbolo de perfidia femenino y que ha sido representado cientos de veces en la pintura, la literatura y el cine se une otro personaje no menos popular ni malvado (y tampoco menos femenino), el de la vampiro, que del folklore popular saltó en el siglo XIX a las letras y posteriormente al cine.

Salomé es uno de los personajes femeninos que a lo largo de los siglos ha sido modificado y desvirtuado hasta convertirse en un símbolo de perversidad, una femme fatale sanguinaria y vengativa. Remontándonos a la historia original, la bíblica, Salomé fue una princesa idumea, hija de Herodías e hijastra de Herodes Antipas. Su madre, enemistada con Juan el Bautista por las críticas que este había lanzado por su escandaloso matrimonio (el cual incluso había desatado una guerra) manipuló a Salomé, apenas una adolescente, para que pidiese a su padrastro la ejecución del Bautista. Tras ejecutar una danza para Herodes Antipas este complacido le concedió un premio. El premio solicitado por Salomé fue la muerte de Juan el Bautista. Esta historia se recogió por un lado en los testamentos de San Marcos y San Mateo y por otro en las recopilaciones del historiador romano Flavio Josefo (que desveló el nombre de la joven como Salomé, algo que en los testamentos ni siquiera aparece).
Por lo tanto no se puede hablar de una mujer fatal bíblica, sino de una joven manipulada e influenciada por las malas intenciones maternas y complacida por su lujurioso padrastro. Esta Salomé apenas una niña cumple mas el papel de víctima de las intrigas de los adultos que la rodean que el de una lolita bíblica sedienta de sangre y poder. Pero curiosamente la historia dará la vuelta irremediablemente a el relato para terminar convirtiendo a Salomé en lo segundo, olvidando totalmente lo primero.
Convertir a Salomé en una mujer fatal solo fue cuestión de varios giros artísticos que comenzarán a representarse en la pintura medieval y renacentista dónde el baile de Salomé para su padrastro adquirió un gran protagonismo como elemento central de la trama. Uno de los primeros artistas en captar la historia bíblica en todos sus detalles y catapultarla al dominio popular y cultural fue el pintor italiano Benozzo Gozzoli (1421- 1497) donde en una pintura coral narra la historia completa y en la que una Salomé ya no tan adolescente (y por lo tanto, ya no tan inocente) es el elemento central.

Benozzo Gozzoli, El festín de Herodes, 1461-1462
La culminación de la transformación del personaje de Salomé en una femme fatale llegó en la segunda mitad del siglo XIX a través de la corriente artista del Simbolismo (de la que ya hemos hablado anteriormente en este blog). Esta metamorfosis se hará visible en las diversas “Salomés” que pueblan el imaginario artístico finisecular, como las pictóricas Gustave Moreau (1826- 1898) o la literaria de Gustave Flaubert (1821 -1880).

Gustave Moreau, La aparición, 1874-1876, óeo sobre lienzo, 142 x 103,
Musée Gustave Moreau, París
Pero será el escritor dublinés Oscar Wilde (1854- 1900) quién dará la vuelta de tuerca definitiva al personaje de Salomé en su obra homónima lanzada en 1891. Esta tragedia conformada por un solo acto se convirtió en una versión particular del escritor irlandés. En ella Salomé es una joven enamorada de Jokanaan (Juan el Bautista) hasta tal punto que su amor roza lo obsesivo. Rechazada por este y arrastrada por el dolor Salomé clamará venganza y se la cobrará pidiendo la cabeza de Jokanaan en una bandeja de plata. Salomé morirá a su vez a manos de su padrastro, Herodes, enamorado también de ella. Estamos ante una versión polémica cuyo estreno fue postergado varios años en algunos países (1) y fue retocada en algunos pasajes con el fin de no escandalizar al bienpensante público finisecular.
Con la llegada del séptimo arte Salomé no fue ni mucho menos olvidada. Grandes estrellas femeninas del periodo silente como Alla Nazimova o Theda Bara o posteriormente, en el sonoro, Rita Hayworth la interpretarán magistralmente. De ahí a nuestros días, al siglo XXI solo hay un pequeño paso y algún vuelta de tuerca más. Cuál fue mi sorpresa a encontrarme en la pequeña pantalla ante una Salomé que no solo era Salomé, sino vampiro también, lo que la confiere de un espectro de fatalidad más amplio. Pero ya no estamos ante una Salomé que se vuelve loca y pérfida por el (mal) amor, sino ante una Salomé milenaria, poderosa y sabia, ducha en las intrigas políticas de nuestros tiempos y de tiempos anteriores. Pero (siempre ha de haber un pero en las fatales de este siglo) a la vez Salomé será mostrada como una mujer envenenada por el fanatismo religioso hacia la diosa suprema de los vampiros (no fue una gran sorpresa descubrir que esta diosa suprema no era otra que Lilith) cuya ambición será castigada (tampoco fue una gran sorpresa averiguar este punto) con la muerte. La mujer fatal, Salomé, la vampiro y la figura legendaria de Lilith, tan antiguas como modernas, tan estáticas como moldeables. En este caso se unen en la ficción televisiva para dar lugar a una especie de trinidad de la mujer fatal.

Aubrey Beardsley, El climax (El beso), 1894, grabado.
Ilustración para Salomé de Oscar Wilde.
Ficha técnico artística de la serie True Blood
Título: True Blood (Sangre Fresca)
Canal de emisión: HBO (EE.UU)
Creador: Allan Ball (Sobre los libros «Vampiros sureños» de Charline Harris)
País de origen: EE.UU
Temporadas: 5
Capítulos: 51
Reparto protagonista: Anna Paquin (Sookie Stackhouse), Stephen Moyer (Bill Compton), Alexander Skarsgard (Erik Northman)
Para profundizar más en el personaje de Salomé y su representación en el arte:
BORNAY, Erika; Las hijas de Lilith, Cátedra, Madrid, 1990
DIJKTRA, Bram; Idols of perversity. Fantasies of femine evil in Fin- de- Siecle Culture, Oxford University Press, Nueva York, 1986
GIBSON, Michael; El Simbolismo, Taschen, Köln, 1997
Notas:
(1) – Para constatar que estamos ante una obra que suscitó cierta polémica, si bien fue acogida por la crítica de un modo frio, solo hace falta que observemos las ilustraciones diseñadas para la misma por el artista inglés Aubrey Beardsley (1872- 1898) precursor del Art Noveau.